MVD

Ayer entendí algo por primera vez. Desde niña me gusta caminar por Montevideo sin rumbo. Es más, si voy a un mismo lugar varias veces, siempre trato de que no sea por las mismas calles. Una de las cosas que mas me gusta, es perderme en algún barrio. Mirar las santa ritas de este vecino, la puerta de aquella casa o la reforma que hicieron en la otra. Es fascinante mirar cuando tiraron una casa abajo y quedaron las medianeras, esa suerte de puzzle multicolor que se genera con los azulejos del baño y la cocina aún pegados. Me llevaría una cámara para fotografiarlos. O una herramienta que me permita arrancarlos de a uno, sin romperlos para guardarlos de recuerdo. Vuelva a la hora que vuelva, y aún presenciando robos no me siento insegura en Montevideo. Ella y yo nos conocemos. Somos viejas amigas. Yo le voy adivinando los cambios, los retoques, la vereda nueva. Ella me conoce las arrugas, las cicatrices y el llanto. Ella y yo compartimos amores: la escollera y la rambla. Yo guardo mis mejores amores en la escollera y ella los cuida. Indefectiblemente quedé unida a ella. Ella guarda mis cenizas mas preciadas. No quiero irme de acá, la quiero. Seguimos envejeciendo juntas y vemos pasar las estaciones. Pido oxigeno y un recreo para mi perra y ella me da el Prado. Yo pido canciones y ella me devuelve murga en carnaval. Pido barrio y me da un malvón. Quiero estilo y me devuelve un jardín japonés en el Blanes. Decido ir al río y tengo el Santa Lucía. Pero fue solo ayer, que entendí. Cuando le comento a un amigo que volviera de donde volviera al entrar a Montevideo, siempre se me caían las lágrimas que el me dice "claro, Montevideo para vos es un refugio" y ahí recién ahí, entendí lo que la quiero.