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 Al mediodía el calor era insoportable. El sol pegaba justo sobre sus cabezas y el barco avanzaba lento. Los hombres en cubierta se remangaban las camisas blancas. Las mujeres cubrían sus cabezas con pañuelos. Era verano y las pieles tan blancas no estaban acostumbradas al clima del Sur. Al final del viaje esperaba lo nuevo, lo desconocido. La América de la abundancia, del buen clima, de los olores y colores fuertes. Otra América, tal vez no la real sino la que ellos querían creer que era. Ahí, se decía que la guerra no llegaba.

Cuando el barco paró en Brasil bajaron a hacer una caminata. Al ratito algunos volvieron asustados: habían visto por primera vez un negro! “Perkunas” decían las mujeres en clara alusión al diablo. Unos eligieron Brasil como destino. Esos recolectaron café en los cafetales sustituyendo a los antigüos esclavos, mientras sus hijos morían de calor y fiebre. Los que siguieron viaje entraron a puerto el primero de Enero. 

Le costaba controlar los nervios. Se acordaba de las corridas hasta el pueblo vecino, casi a diario solo para buscar a Balis Sniokas y preguntarle "eh paisano, cuando nos vamos para América?". Finalmente, el momento había llegado. Viktoras bajó del barco de corbata y llevando una valija con poca ropa en la mano. Flaco y rubio arribaba con sus jóvenes diecisiete años al que sería su destino final, su segunda casa. No sabía que atrás empezaba a quedarse una época mala, que de a poco se convertiría en pasado.

Venía de cuidar el ganado desde los cuatro años. En el bosque, de noche, solo. Contaba del miedo a los aullidos de los lobos y de la nieve con trineo incluido. Del frío. De las ardillas. De aquel día que persiguió una hasta la punta de un pino. La rama se quebró y el terminó sin pensarlo de cabeza en el suelo de un bosque de su aldea natal: Rokiskis. Rokiskis, donde una vez, vió a un extraño llegar al pueblo en bicicleta. Y enseguida todos los niños corrieron tras ese tesoro inalcanzable. Donde el zapatero venía una vez al año, y ahí se encargaban zapatos para toda la familia. Y en general, se hacían de talle mas grande para que duraran, aunque eso implicara andar “zapateando” seis meses. Así de simples y cotidianos eran sus cuentos. No por eso menos duros. A veces, le cambiaba la cara y entonces contaba de aquel día que a sus 5 o 6 años, descubrió a su mamá comiendo un pedacito de queso a escondidas, mientras sus hijos no tenían que comer. Tal vez ahí, empezó a madurar su idea de irse. Decía también que de día se dormía en la escuela, porque de noche no podía hacerlo cuidando los animales. Y la maestra y su mamá lo rezongaban. ¿Cómo podía dormirse? Con el sacrificio que hacia la familia para que el fuera a la escuela. A pesar de ser muy inteligente, no pudo seguir estudiando y fue a causa de no poder estudiar que se animó en la adolescencia (claro, en esa época no existía este concepto, era simplemente “muy joven”) a plantear en su casa que el quería irse a América. No sé de donde sacó tanto coraje. No sé como juntaron la plata, lo cierto es que la familia se embarcó en esa aventura. Con los pasajes para subir al barco en puerto Alemán, subió al tren y nunca más volvió. 

El viaje fue largo. Entonces, el primero de enero de 1930 entró a puerto. Un gringo más. Había pasado ya unos días en un galpón lleno de pulgas de Inmigraciones cuando apareció Jonas. Preguntó si había algún lituano ahí. Puedo imaginármelo con esa cara inocente, sus grandes ojos verdes y sus ganas de no mirar atrás, presentándose. El otro, le prestó un peso, lo acompañó a una pensión y lo ayudó en esa bien difícil tarea de establecerse y conseguir trabajo.

Viktoras, finalmente, había llegado a Montevideo. 


The midday heat was unbearable.

Glaring sun was shimmering directly over their heads, and the ship was still sailing. Men on the deck were rolling up the sleeves of their white shirts. Women were cov­­­ering their heads with handkerchieves.

It was summer and their oh-so-white skin was not used to the southern climate.

At the end of the journey, a new beginning, and uncertainty, were waiting for them. The America of plenty, with its excellent air, scents and colours. The other America, maybe not the real one, but the one in which they wanted to believe. The war did not reach up to there.

When the ship stopped in Brazil, they went out for a walk. After a while some of them returned terrified: they had seen a black man for the first time! "Perkūnas", said some women:  a clear allusion to a devil.

Some of them chose Brazil for their future life. While they picked coffee beans at coffee plantations, replacing slaves who had previously been done this work, their children were dying from heat and fever.

Those who went on, reached the port on the first of January.

He found it hard to curb his anxiety. He remembered how he used to go to the neighbouring village almost every day to see Balys Sniokas and ask him: "Hey, countryman, when are we going to America?"

Finally, that time had come.

Victor disembarked the ship wearing a tie and with few clothes in his suitcase. A skinny, blonde seventeen-year-old reached his destination, his second home.

He did not yet know that hard times were already receding and becoming more and more of the past.

He came having herded animals since he was four. In the forest at night, alone.

He told stories about how much he was afraid of wolves howling, about snow and sleds. About cold. Squirrels. About that day when, in his native Rokiškis, he chased a squirrel up to the pine top. A branch broke and he fell, head first, on the ground.

About Rokiškis, where he once saw somebody riding a bicycle. And how all the children ran after that unreachable treasure. Where a shoemaker would come once a year and make shoes for the whole family. Their shoes would come in larger sizes than necessary, even if it meant limping along in those new, oversized shoes for the next six months.

Such, simple and mundane, were his stories. However, they did not mean a simpler life. Sometimes his face would change and he would tell about the day when he was five or six years old and saw his mother secretly eating cheese when for the children there was nothing to eat. Maybe his desire to leave came from this occasion.

 He also told us how he used to sleep at school, because he had to look after the animals during the night. His teacher and mother complained, saying how could he sleep while the family sacrificed so much for him to be able to go to school.

 Even though he was very clever, he could not continue studying and so, as a teenager, started getting ready for America.

 I do not know where he drew so much courage from.

I do not know how he was able to save money for the ticket, but his family helped him to go on this adventure. He boarded the train with a ticket for a ship voyage from a German port and never returned. The journey was long.

 So, on 1 January 1930 he entered the port. Another gringo.  He spent a couple of days in a shed for immigrants, which was full of fleas. Jonas turned up and asked if there was a Lithuanian. I can imagine how he, with his innocent face, big green eyes and a desire to not look back, presented himself to Jonas. Another one lent him one peso, accompanied him to the boarding house and helped him in that challenge of settling down and finding a job.

 Viktoras has, finally, arrived in Montevideo.

Comentarios

Anónimo dijo…
Oi, achei teu blog pelo google tá bem interessante gostei desse post. Quando der dá uma passada pelo meu blog, é sobre camisetas personalizadas, mostra passo a passo como criar uma camiseta personalizada bem maneira. Até mais.
gonXalo dijo…
Solo una discrepencia, y seguro el padrino estaria de mi lado: no encotro la america que creia que iba a encontrar, encontro eso y mas, su imaginacion se quedo corta.

besos
Anónimo dijo…
Que contraste contra la migración que vivimos ahora, contra la mía propia, tan dura para mi y tanto más suave que la de él.
Me estaba preguntando cómo soportó la lejanía, la cosa es que tampoco tenía otra opción, en aquella época no era como ahora que de última siempre se puede tratar de volver. Y si, probablemente le fue mucho mejor que en su Lituania natal, pero la saudade es la saudade y eso no hay quien lo cure.
Me gustan mucho tus historias, un abrazo.
manuel dijo…
veo que cambiaste el final, el anterior no cerraba. No era el padrino el que llegaba, seguramente ... tu abuelo?
Como sea, como siempre muy disfrutables tus lituaneses, pradeses, hembreces.
Ayyyy, me hiciste estremecer!!! Qué precioso!!!!!!!!!
Daniel Vasotto dijo…
Me encantó leerte, me gusta mucho cómo escribís, viaje en el barco con toda esta gente, pasé por las diferentes instancias, sin duda tenés el merito de haberme hecho viajar dentro de esta historia. Me quedo emocionado y conmovido
Muchas gracias por compartirlo